Ángel Bermúdez
Título del autor,BBC News Mundo
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Un siglo antes de que Hillary Clinton y Kamala Harris intentaran fallidamente convertirse en las primeras mujeres en ser electas a la presidencia de Estados Unidos, hubo una mujer que logró controlar la Casa Blanca durante casi dos años.
Se llamaba Edith Bolling Galt Wilson, aunque la historia la bautizó con el apodo de «presidenta secreta».
Edith no llegó hasta allí gracias a una elección popular, ni fue designada por el Congreso, ni ocupaba ningún cargo que oficialmente la dotara de poder real. De hecho, probablemente su actuación en la Casa Blanca constituyó una violación de la Constitución estadounidense.
Su poder derivaba de una carambola del destino o, si se permite la cursilería, de un designio del amor.
Y es que ella era la segunda esposa del presidente Woodrow Wilson, quien el 2 de octubre de 1919 sufrió un accidente cerebrovascular (ACV) masivo que lo dejó parcialmente paralizado y que, aunque no dañó su capacidad intelectual, sí tuvo efectos sobre su equilibrio mental y emocional.
Según médicos que han reconstruido la historia médica de Wilson a posteriori, este era el cuarto episodio de este tipo que sufría el mandatario, quien entonces tenía 63 años.
«Wilson tenía dificultades para firmar con su propio nombre, estaba postrado en su cama y necesitaba ayuda con las actividades de la vida diaria, incluida la alimentación», cuenta un artículo publicado en 2015 en el Journal of Neurosurgery por los doctores Richard P. Menger, Christopher M. Storey y otros médicos.
Aunque con el tiempo superó los efectos más graves del ACV, Wilson no logró una recuperación que la permitiera volver a ejercer la presidencia de forma cabal.
Así, la Casa Blanca y el destino de Estados Unidos quedaron en manos de su esposa Edith, quien durante los 17 meses restantes del mandato ejerció como «presidenta secreta».
¿Cómo fue esto posible?
De primera dama a «administradora» de la Casa Blanca
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