Rupert Wingfield-Hayes
Role,BBC News, Taiwán
Cuando Shih Chin-tay, de 23 años, embarcó a un avión con destino a Estados Unidos en el verano de 1969, voló a un mundo diferente.
Creció en un pueblo de pescadores rodeado de campos de caña de azúcar. Había asistido a la universidad en Taipei, la capital de Taiwán, entonces una ciudad de calles polvorientas y edificios de apartamentos grises donde la gente rara vez poseía automóviles.
Ahora iba de camino a la Universidad de Princeton. Estados Unidos acababa de mandar a un hombre a la Luna y de lanzar el Boeing 747. Su economía era mayor que las de la Unión Soviética, Japón, Alemania y Francia juntas.
«Cuando aterricé, me quedé en shock», asegura Shih, que ahora tiene 77 años. «Me dije a mí mismo: ‘Taiwán es tan pobre que debo hacer algo para intentar ayudar a mejorar su situación'».
Y lo hizo. Shih y un grupo de ingenieros jóvenes y ambiciosos transformaron una isla que exportaba azúcar y camisetas en una potencia de la electrónica.
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